Durante 10 años, una niña solo comió pan y papas fritas debido a una grave enfermedad mental que afectó su relación con la comida. Ahora, con 19 años, finalmente está en camino a la recuperación, aprendiendo a probar nuevos alimentos y a abrazar una vida más equilibrada.
Sus problemas con la comida comenzaron a los tres años, cuando de repente rechazó casi todo lo que sus padres le ofrecían. Al principio, su familia lo consideró quisquilloso para comer y creyó que lo superaría con la edad. Pero con el tiempo, sus preocupaciones se intensificaron.

Los intentos de obligarla a comer otros alimentos solo empeoraron la situación, lo que finalmente llevó a sus padres a buscar ayuda profesional. Su condición le impedía comer en la escuela, aislándola de sus compañeros y causándole una profunda angustia emocional.
A medida que crecía, su ansiedad alimentaria le provocó dificultades sociales y baja autoestima. La incapacidad de conectar con los demás durante las comidas compartidas se convirtió en una lucha decisiva en su juventud.

Hoy, gracias a la terapia con un especialista en fobias, está ampliando poco a poco su dieta. Aunque el proceso continúa, ha logrado avances significativos y está empezando a vivir una vida más plena y segura.